martes, 27 de junio de 2017

Cenizas


      Una línea apenas. Una minúscula rendija, sin espacio para la luz, que se ensancha otro poco y se detiene, incierta todavía. A través de ese velo aparecen los bultos. Algunos se mueven. Detrás, donde la visión no alcanza, se escucha un zumbido que termina en un repentino clic metálico. Zumbido, clic. Zumbido, clic. Zumbido. Muy lentamente un bulto se define. Turbia forma familiar.
     ¡No tan rápido!
    Margarita había llorado. Se adivinaba bajo el maquillaje. Margarita (ilusión, promesas, enamoramiento) había llorado; pero no le dolió verla. Provocaba risa. Risa y pena. A escondidas. Cuidado y lo descubriera. Porque ante Margarita se podía mostrar cualquier cosa, excepto pena por ella.
     Margarita. Te amo, no te amo; te amo, no te amo; te amo… Margarita, mira, queda un último pétalo. No te amo. Así. Sin explicación. Ninguna plausible o sincera. Saliste de mi corazón.
   ¡Por favor!
     El delgado tubo de plástico asciende en espiral, transparente y liquido, y se pierde en un ángulo de la rendija. El zumbido continúa imperturbable: zumbido, clic. Zumbido, clic. Reconoce más la forma.
     ¡Horacio!
    Raquel sostuvo la evidencia frente a sus ojos y le dio vueltas, de un lado, del otro, anverso, reverso, doce por ocho humillantes centímetros de acaramelada pareja. Traición. La fotografía la demostraba, y las veinticinco líneas —se tomó la molestia de contarlas— de amorosa carta que la acompañaba. De acuerdo, abrir correspondencia ajena no fue educado, desaparecerla menos. Sin embargo y ante la sospecha.
     ¿Me oyes?
     Margarita no entendía. ¿Cómo cayó? ¿Bajo qué extraños influjos, encantos, pócima, brebaje? Toda una vida de conceptos, de paradigmas, propios y ajenos, lanzada simplemente por la borda.
    Raquel tampoco entendía. Quizá se había confiado. ¿Cómo no? Eran una pareja idílica, una pareja invulnerable. ¿Qué artimañas doblegaron los votos de fidelidad dándole suficiente valor para abandonar la rutina? Lo ignoraba. Era lo que más dolía.
  ¡Que le bajes! ¡No tan rápido!
     Horacio y su jet sky. Horacio, eterno niño, pagado inestable y lisonjero. Horacio y Carmina. Carmina: una más. La nueva. Le tocaba. Esa maldita, palabra horizontal, cuatro letras, crucigrama completo. Decirla sonaría feo. Horacio, Carmina y jet sky, sonrisas, cuerpos esbeltos, bonita postal marina con sol de fondo y tiernas miradas a la cámara.
     ¡Horacio, Horacio, vas muy rápido!
    El jet sky reventó —un acantilado será siempre más fuerte que la fibra de vidrio— y la cabeza de Carmina, al igual que reventaron otras partes de su cuerpo. Horacio no. Sobran descripciones para la escena.
     En casa, Raquel contempla su jardín asomada a una ventana. Suspira. En el hospital, Margarita también contempla, también suspira. Ya extraña. Extrañan. Amar no es fácil.
    Zumbido clic, zumbido clic. Horacio. Zumbido clic. Horacio, el eterno niño, siempre eterno —qué rostro y qué labios—. Saldrá del coma. Es fuerte, asegura el doctor. No hay mejor razón.
    Margarita, Raquel. Raquel, Margarita. Así los saltos en la pantalla del monitor al que está conectado. Margarita, Raquel. Tantas preguntas. Raquel, Margarita.
     Uno de los bultos se inclina frente a él con una bandeja en la mano. Se define por completo. ¿Ella? Sí, es ella. Aséptica y amable. Claro que es ella. Estarán en su trabajo.
     A ella lo que le parece es que los párpados de él tiemblan, que se esfuerzan por abrirse. No. Imaginaciones suyas. El coma es el coma y al de Horacio le falta. Pero ¿y si vuelve? Que no. Jamás. No es conveniente y va a asegurarse.
    Hace algo en el tubo de plástico. Ella. Está haciendo algo en el tubo que asciende de su muñeca al frasco colgado de un tripíe. Lo manipula y sonríe. Le sonríe —a él, luego a la jeringa—. Antes de clavarla en el tubo.
     —Nada —dirá el doctor terminando de auscultar—. Lástima, tan joven. Avisaré a sus familiares. Margarita, por favor consígame un certificado de defunción. No creí que se nos fuera.
      Margarita guarda con orgullo su cofia en el casillero y sale ligera del hospital. Está feliz. No hay más obstáculo. A casa ahora. Sin Horacio, su fallida experiencia heterosexual, el perdón se acerca. Podrá buscarla —Prometido, nunca volverá a intentarlo. Con ninguno. Ay, estos hombres que todo quieren y solo estorban—. Sí, buscará a Raquel y claro que va a reconquistarla. Bien dicen: donde hubo fuego, cenizas quedan.



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